Pappalardo

Mesa Redonda: Marco Pappalardo

Marco Pappalardo (SP)

Pappalardo_18-01-14

Intervención en las Jornadas de Espiritualidad 2014

Marco Pappalardo

Sam: « Igual que en las grandes historias, señor Frodo, las que realmente importan, llenas de oscuridad y constantes peligros, esas de las que no quieres saber el final, ¿Por qué cómo van a acabar bien? ¿Cómo volverá el mundo a ser lo que era después de tanta maldad como ha sufrido? Pero al final todo es pasajero, como esta sombra, incluso la oscuridad se acaba para dar paso a un nuevo día y cuando el sol brilla, brilla más radiante aun. Esas son las historias que llenan el corazón, porque tiene mucho sentido, aun cuando eres demasiado pequeño para entenderlas. Pero creo, señor Frodo, que ya lo entiendo, ahora lo entiendo, los protagonistas de esas historias se rendirían si quisieran pero no lo hacen, siguen adelante, porque todos luchan por algo.

Frodo: «¿Nosotros por qué lucamos Sam?».

Sam: «Hay cosas buenas en este mundo, señor Frodo: ¡es justo combatir por ellas!»

(De la película “El Señor de los Anillos – Las dos torres”)

Yo creo que : “Hay cosas buenas en este mundo” y por eso ¡intento combatir todos los días “la buena batalla”! Yo creo y os lo cuento que a través de algunas pinceladas de vida: jóvenes que me han ayudado a crecer (y aún me ayudan) como hombre y como Salesiano Cooperador, jóvenes por los que vale la pena apostarse toda una vida. Si la espiritualidad es un modo de vivir el Evangelio y el Evangelio es la buena noticia del encuentro con Jesús, para mí su rostro está en el rostro de tantos jóvenes que, como se diría en “El Principito”, me han “domesticado”. Pienso en Stefania que a sus 20 años ha muerto de leucemia, pero que algunos días antes ha querido saludar a todas las personas cercanas. En la cama de su habitación, consumida por su enfermedad física, no ha dejado nunca de sonreír, me ha recomendado no ser demasiado severo con mis alumnos, me ha hecho las preguntas más difíciles que nunca haya tenido que contestar: «Profe, ¿en el Paraíso también sufriré?». Pienso en Giada que, haciendo voluntariado conmigo una tarde – como cada lunes – con los inmigrantes y los sin techo, recibe 5 euros de un pobre anciano contento al que había dado un poco de alivio, casi como si fuese su nieta. Desde entonces aquel billete está enmarcado y colgado en su habitación para recordarle aquello por lo que es importante vivir. Pienso en Gianmaria, al que me encontraba cada día en la escuela fumando a escondidas en los baños y al cual habré roto una cincuentena de cigarrillos, desde entonces no deja de telefonearme en todas las fiestas para felicitarme. Pienso en Milena que, después de un día duro en la escuela con una clase, me alcanza en el pasillo, me da una palmada en la espalda y me dice con una gran sonrisa: « ¡Esté tranquilo, profe!». Pienso en Gianni que, una mañana en el campamento de verano del oratorio, viéndome preocupado porque el día era lluvioso, me dice: «Marco, ¿por qué te preocupas? Lo importante es que el sol lo tenemos dentro». Pienso en Mohamed, al que conocí una tarde en un pórtico, llegado poco después de un desembarco: viéndole en condiciones lamentables le ofrecemos un poco más de caldo, pero tras tomar el primero, no acepta el segundo diciéndonos: «No, gracias, ¡porque Dios también está mañana!». Pienso en Gaetano que vivía en un barrio difícil de la ciudad y participaba en nuestras actividades oratorianas: acabada la jornada de juegos, iba al encuentro de su madre que de hecho se mantenía a distancia. El hijo tenía la fama de díscolo y se contaba de lo peor de é. Acercándome, oigo que alguien me dice: « ¿Qué ha cambiado hoy en este delincuente?». Respondí con serenidad y sonriendo: «Señora, ¡enhorabuena! Su hijo ha estado estupendo. Estamos verdaderamente orgullos de él». La madre no creía lo que oía, y empezó a llorar y abrazó a Gaetano. Preguntó él porque lloraba y ella le respondió: «Lloro porque es la primera vez en doce años que alguien me dice que mi hijo ha sido bueno y que está contento de él». Pienso en tanto ex-alumnos que se asombran y no saben cómo agradecer cuando les llamo por teléfono para felicitarles el cumpleaños. Pienso en Rosario, llamado Saro, al que todos los animadores reñían en el oratorio, pero al que nadie por meses y meses le había preguntado cómo se llamaba. Pienso en las horas nocturnas pasadas en los chats y redes sociales para hablar con Chiara que no se siente querida por nadie y que vomita aquello que come. Pienso en Giuseppe, un joven ex-alumno, huérfano de padre, que a día de hoy se ha graduado y ha publicado una pequeña colección de poesías realizando un pequeño sueño.

Así que cada vida es una historia grande, de aquellas que merecen la pena de verdad y para poder vivirlas es necesario luchar por algo, por Alguien. En este mundo, a pesar de todo, ¡siempre hay algo bueno por lo que merece la pena comprometerse! Don Bosco eligió de trabajar en lo bueno que había en los chavales, empezando por los últimos y encontrando en ellos el rostro del Resucitado, que es un rostro que manifiesta bondad y alegría. Y nosotros, ¿podemos quedarnos a mirar y admirar cuánto hacen otros? Cierto que en algunas situaciones debemos pensar en las Instituciones, pero ¿no es verdad que la primera “institución” es el mismo hombre y que no serán las Instituciones las que irán al Paraíso en algún lugar por ahí arriba? En los lugares donde no estamos presentes nosotros, habrá otros listos a robar el corazón y la serenidad a los jóvenes, ofreciendo lo podrido a buen precio y bien disfrazado. En cada una de las “Tierras de la Educación” estamos llamados a estar con una mirada de “resucitados”, con la alegría de quien ha encontrado a Jesucristo, porque – si estamos tristes – ¡quiere decir que hemos encontrado a otro! ¿Cómo podría ser Jesús un hombre triste? ¿Quién habría seguido a un joven “de morros”, quién habría pasado tiempo con él? ¿Y yo? ¿Soy de aquellos que cuando me preguntan “cómo estás” respondo “podría ir mejor” o de aquellos que responden “¡Bien! ¡Doy gracias al Señor por ello!”? Estoy seguro que el bien es más contagioso que el mal; creo que hay un bosque entero que crece puede hacer más ruido que un árbol que cae; sueño que quién nace redondo puede morir cuadrado más allá de todas las leyes de la geometría; y me comprometo para que de cada sueño pueda nacer un proyecto de vida. Permitidme, en fin, ¡hablar del Paraíso porque nuestra verdadera misión es el cielo a partir de esta Tierra! ¡Yo también! No iremos al Paraíso porque Papa Francisco testimonie y viva la pobreza y la atención a los últimos, no nos bastará decir a San Pedro: «Somos amigos de Papa Francisco». Funcionará un poco como en algunas discotecas o locales donde ¡se entra sólo si vas acompañado, donde las mujeres entran gratis! Entraremos en el Paraíso sólo si vamos acompañados de los jóvenes a los que hemos amado y salvado, serán ellos nuestro pase, serán ellos nuestra entrada. El deseo para este nuevo año y para toda la vida es el de caminar con los pies en el suelo, la mirada en el cielo, y las mangas arremangadas para el trabajo; la misión es la de ser felices, pero ¡no serlo nunca solos!