Ruffinatto

Mesa Redonda: Sor Piera Ruffinatto

Piera Ruffinatto (SP)

Ruffinatto_18-01-14

Una Espiritualidad que se enraíza en la misión

Sor Piera Ruffinatto

El tema que se me ha confiado para esta breve intervención a primera vista causa curiosidad. Lo parece, de hecho, al invertir la lógica con la que solemos pensar la relación contemplación/acción; consagración/misión.

En efecto, nuestra percepción de la realidad, condicionada de una lógica lineal y temporal no nos facilita su comprensión, siendo esta dominada por la complejidad y la contemporaneidad. La mejor aproximación, por el contrario, parece ser aquel sistemático que interpreta la realidad observando las relaciones entre los elementos que la componen y las transformaciones que suceden en el momento en que un elemento dado influencia a otro y viceversa.

Filtrar la espiritualidad y la misión de don Bosco con este nuevo paradigma de conocimiento puede ayudarnos a captar nuevos lazos que ofrecer a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, en búsqueda de un principio unificante para su vida, a menudo dispersa y fragmentada.

También, es útil clarificar el campo de una pre comprensión ligada a los términos espiritualidad y misión en el que se asume que uno sea la antítesis del otro. En realidad, cuando hablamos de espiritualidad según una visión cristiana, queremos referirnos a un estilo de vida, a un modo de pensar nuestra relación con Dios, con los otros y con el mundo. Espiritualidad es el modo de comprender la propia vida dentro de un horizonte de sentido que nos supera y nos trasciende. Es un “ser” (=espiritualidad) que no se contrapone al “actuar” (=misión), sino que al contrario lo contiene y lo justifica. Esto, me parece, que puede ser el horizonte en el que la espiritualidad educativa de don Bosco encuentra su mejor lugar.

En el espacio de esta breve intervención no se me permite tratar la temática salvo a grandes rasgos, simples pinceladas para esbozar un dibujo cuyos confines son difícilmente indentificables por los expertos. Los estudiosos del santo, de hecho, hacen notar que la investigación en la espiritualidad de don Bosco es una operación de todo menos simple. Él puede ser comparado con un mar profundo, fácil de navegar en superficie, pero cuyas profundidades permanecen ocultas a quien se aproxima externamente, dejándose deslumbrar por lo imponente de sus obras y no esforzándose por penetrar en la sólida y profunda espiritualidad que justifica su origen y estilo.
En efecto, es sólo partiendo de la relación de don Bosco con Dios como se le puede comprender porque pertenece a aquella rara categoría de hombres y mujeres cuyo modo de actuar en la Iglesia y en el mundo depende totalmente de sus raíces en lo eterno, de la comunión con Dios que da estabilidad y consistencia a su vida.
Dios, afirma Pietro Stella, es el Sol meridiano que ilumina la vida de don Bosco, domina su mente, justifica su acción, Cualquiera que sea su estado de ánimo, él siente y contempla a Dios Creador y Señor, principio y razón de todo. Él es el primero en ser presentado a los jóvenes en el librito Il Giovane Provveduto, y a los adultos en La llave del Paraiso.1

El Dios de don Bosco es antes de nada y sobre todo Padre, rico en misericordia preveniente y providente que nunca abandona a sus hijos. Don Bosco está como dominado por la certeza de ser amado y guiado por la acción divina, por esto se siente instrumento del Señor para una misión que no es suya, sino que viene de lo alto.

Es aquí donde se encuentra la unión entre espiritualidad y misión, casi una fusión en cuanto la misión – ser instrumento de Dios para la salvación de la juventud – es para él fuente de gozo y azoramiento, como lo fue para los profetas bíblicos los cuales no podían sustraerse a la voluntad divina, no sólo por temor reverencial, sino también porque estaban persuadidos de la bondad de Dios para todos sus hijos.2

La misión, es tan intensa, que se convierte en el principio de unificación de la vida porque recoge las energías afectavias, intelectuales y volitivas, y junto a las fuerzas físicas las orienta al ideal, es decir al cumplimiento del proyecto revelado. Es esto el significado estratégico del sueño vocacional de los nueve años, repetido por don Bosco en los principales puntos de inflexión de su vida y que sella su final cuando, en la Basílica del Sagrado Corazón en Roma, el “comprende” el sentido profundo de todos los hecho ocurridos en su vida de pastor educador de los jóvenes.

Don Miguel Rua, que conocía los movimientos más profundos del corazón de don Bosco contempló de forma transparente su belleza, sintetiza tal experiencia con estas palabras: «Don Bosco no dio un paso, no pronunció una palabra, no se puso manos a la obra con una empresa que no tuviese en el punto de mira la salvación de los jóvenes. Dejó que otros acumulasen tesoros, que otros buscasen placeres y corriesen detrás de los honores. Don Bosco realmente no tenía en el corazón nada más que las almas, dicho con hechos, y no sólo con las palabras: da mihi animas».3

El da mihi animas es por tanto el aliento en la vida de don Bosco, el canto firme de su oración continua. Eso revela su estilo de relación con Dios, relación filial y familiary por la que es posible y un deber no sólo hablar de Dios, sino con Dios de aquello que está en lo más profundo de su corazón y a lo que Él está íntimamente ligado siendo el Creador: la humanidad. Y de la humanidad, en particular, de la porción especial que es la juventud.

Dentro de la religiosidad donbosquiana, impregnada de fe y confianza en el Dios rico de misericordia, la búsqueda de las almas expresa el deseo de tener a los jóvenes no tanto por darlas a Dios, porque Él en realidad ya los posee, sino sobre todo para hacerles conscientes de su identidad profunda de hijos de Dios, desvelando a cada uno el inmenso amor de la predilección con que Dios les ama. Más que entregarlos a Dios, hacer que estos se entreguen a Él en la reciprocidad del amor.
Se explica así el hecho que, como otras afirmado por don Bosco, sin religión la misión salesiana no se puede realizar según el querer de Dios. Antes de ser una iniciativa humana, de hecho, la educación es una obra de la gracia de Dios que, a través de los sacramentos, regenera al joven, conforme a su entera verdad, como persona llamada a vivir en este mundo, pero a la espera de la vida futura. La expresión “salvar almas” se comprende sólo con este horizonte espiritual, donde la acción salvífica es siempre y sólo de Dios y cada acción humana está al servicio de tal proyecto.
La elección de “no tener otra cosa en el corazón que las almas” lleva a don Bosco a “decir con los hechos” y no sólo de palabra, da mihi animas, esto es encarnar su fe en la vida, la espiritualidad en la misión. Pensamientos, palabras, gestos, obras, todo está orientado a la salvación de los jóvenes realizando una acción unificadora y armonizadora entre las dimensiones de su ser y expresando así el aspecto místico de la misión de la cual deriva, sin solución de continuidad, también el aspecto ascético: dejar a los otros que acumulen tesoros, la búsqueda de los placeres, la carrera de los honores.

Enraizado en la plenitud de ser de Dios, don Bosco sobrepasa las apariencias del tener, del poder, del saber y del aparentar que tanto han fascinado a aquellos que se dejan dominar por el hombre “viejo”, para poner luz en su ser profundo habitado por Dios. Él ha aprendido de Cafasso, su guía y maestro, que un hombre apostólico, antes de hablar de Dios o hacer cosas por Dios, vive por Dios. El suyo, es un ser por Él, una entrega total de sí en las manos de Aquel del cual se fía sin condiciones.

La confianza en Dios y su confianza en Él es la lógica espiritual que permea en las Memorias del Oratorio, uno de los documentos autobiográficos más preciosos de don Bosco, a través del cual él quiere instruir a sus hijos sobre el modo de relacionarse con Dios de aquellos que se consagran al bien de los jóvenes en una misión que es un auténtico ministerio espiritual.
Para don Bosco, el verdadero salesiano cultiva este profundo ligamen con Dios en la oración y lo expresa externamente con la bondad, cubriendo todas sus acciones con el único grande objetivo: la gloria de Dios y la salvación de las almas. Es en virtud de esta tarea que todo el resto se redimensiona, y se convierte como en “basura” con el fin de ganar a los jóvenes para Cristo.

Aquellos que mejor han comprendido a don Bosco son aquellos que han sabido penetrar el misterio de esta unidad vocacional fundamento de la espiritualidad salesiana. Don Felipe Rinaldi, por ejemplo, siente como don Bosco ha «identificado a la perfección su actividad externa, incansable, absorbente, vastísima, llena responsabilidad, con una vida interior que tenía origen en el principio del sentido de la presencia de Dios que, un poco cada vez, se actualiza, se hace presente y vivo mostrando una perfecta unión con Dios. Realizado de tal manera en sí a la mayor perfección posible que es la contemplación operativo, éxtasis de la acción, en la cual se ha extenuado hasta el fin último, con serenidad estática, en la salvación de las almas».4

El éxtasis en la acción – feliz expresión retomada por Egidio Viganò – expresa esta unidad alcanzada entre vida espiritual y apostólica que es la santidad y que se convierte en el fin, el contenido y el método del Sistema Preventivo. Don Bosco desvelaba Dios a los jóvenes porque Él estaba en Dios y aquellos que se le acercaban sentían los beneficios causados por su persona toda recogida en Dios y al mismo tiempo a su realidad con una atención rica en bondad y amor.

El “estar con Dios” de aquellos que viven el éxtasis de la acción, de hecho, no es una fuga de la realidad y de sus problemas. Al contrario, es vivir habitualmente en Dios y rencontrarse en El la misma realidad a un nivel más alto y más profundo para abarcarla y transformarla.

Es esto, desde mi punto de vista, uno de los significados de la expresión con el que la liturgia celebra la santidad de don Bosco, pastor del corazón “grande como las arenas del mar”. Su corazón, habitualmente fijo en Dios, era continuamente lanzado hacia los jóvenes como una casa acogedora en la que encontraban el abrazo de un padre, la mirada de un amigo, la palabra de un hermano.

Este corazón, podemos decir, era el verdadero taller del Sistema Preventivo, el secreto del ’e-ducere salesiano, en el sentido que el contacto con su bondad y santidad encendía en el corazón de los jóvenes el anhelo de ser mejores, mientras con su amor pedagógico los despertaba a la conciencia de su dignidad de hijos de Dios creados para la comunión y el amor, y ponía las premisas para madurar la personalidad capaz de comprometerse en el mundo con responsabilidad y solidaridad.

Se podría continuar largamente esta reflexión porque el corazón de don Bosco es verdaderamente un océano insondable de riqueza inagotable. Nos acompaña la certeza que, él, Padre y Fundador de nuestra Familia continúa viviendo por nosotros y con nosotros el da mihi animas porque en esta oración hecha vida está la garantía de la autenticidad evangélica del carisma salesiano en la Iglesia, fuente inagotable de identidad y fecundidad para el salesiano y la salesiana de hoy.
El da mihi animas es una llamada a vivir auténticamente nuestra vida unificándola en torno al ideal de la salvación de los jóvenes. No es simplemente dar cualquier cosa de nosotros, una parte de nuestro tiempo, nuestros saberes y talentos empleándolos en una profesión educativa. No es tanto “dar nuestras cosas”, si no ofrecernos a Dios para que Él nos use como quiere y, que por medio de María, nos conduzca en el campo de su misión.

El da mihi animas vivido en hechos, encarnado en la vida, nos pone al abrigo del riesgo de convertirnos en burócratas de la educación, dominadores del funcionalismo y de la eficiencia, y conferir a la misión salesiana la eficacia transformadora de las relaciones auténticas porque, hoy como ayer, ilumina aquel que arde.

El da mihi animas es también un principio de conversión continua, el resorte secreto que nos empuja a dejar a otros la acumulación de tesoros, la búsqueda de los placeres, la carrera de los honores, a abandonar el compromiso y la mediocridad, para ser cada día más libres de vivir la misión salesiana con sobriedad y templanza.

El da mihi animas, convirtiéndose en principio unificador de vida, nos preserva de la dispersión y confiere solidez y profundidad a nuestra espiritualidad ayudándonos a canalizar nuestras fuerzas hacia el ideal. La salvación de los jóvenes se convierte en el objetivo de nuestra vida, la fuente de la cual fluye un actuar tranquilo, impregnado de paz serena, como aquella resplandecía gozosa sobre el rostro de don Bosco. El da mihi animas mientras nos ayuda a rencontrar el sentido de nuestra acción, nos muestra también el cómo. Es un actuar que sobrepasa al ser. Estar presentes para sí mismos, para que concentrados en un Dios que nos habita; presente en los otros – en especial en los jóvenes – con atención de respeto y amor, de escucha profunda y de sincera benevolencia; presentes en la historia porque en ella se contempla el cumplimiento del actual providente de Dios.
En un mundo dominado por comunicaciones tan veloces como superficiales, expropiado de la capacidad de atención al momento presente, siempre atentos como estamos al futuro próximo o remoto marcado por la agenda, el da mihi animas nos ayuda a habitar el momento que huye dando prioridad a aquello que lo merece. Si los jóvenes encuentran en nosotros personas así, buscarán menos refugiarse en mundos virtuales para experimentar el calor que les falta en sus casas vacía, porque habrán rencontrado finalmente una casa, un nuevo Valdoco habitado por padres y madres, amigos, hermanos y hermanas que moran donde están, les buscan en sus “periferias existenciales”, viven sus cruces, llevan el Evangelio de la salvación, de la bondad y de la alegría.

Es esto, lo que la Iglesia, en la persona del Santo Padre Francesco, nos pide a todos los cristianos a los consagrados. Es esto lo que anhela don Bosco, nuestro Padre y Fundador, al acercarnos al bicentenario de su nacimiento: que él, pueda renacer en el corazón de sus hijos e hijas, y en su vida dada a Dios por la salvación de los jóvenes, alumbre para incendiar el mundo.