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Relaciones: P. Aldo Giraudo

Aldo Giraudo (SP)

Giraudo_17-01-14

Consideraciones en torno a la sensibilidad espiritual de don Bosco y claves de interpretación para acercar sus enseñanzas

D. Aldo Giraudo sdb

Don Bosco es un escritor muy prolífico. Aunque no es considerado un “autor espiritual”, en el sentido específico del término. Entre la gran cantidad y variedad de sus obras y de sus escritos no encontramos textos análogos a los testimonios autobiográficos de Santa Teresa de Ávila, de San Juan de la Cruz o de Teresa de Lisieux. Tampoco él ha compuesto tratados o manuales de vida espiritual similares a los Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola, al “Combate Espiritual” de Lorenzo Scupoli, o la Introducción a la vida devota de San Francisco de Sales o al Ejercicio de perfección y virtud cristianas de Alonso Rodríguez o las obritas ascéticas de San Alfonso María de Ligorio. Pero también de muy cierto que don Bosco, educador cristiano de la juventud, fundador de familias de consagrados y consagradas, fue un hombre de una profunda vida interior y una verdadera guía espiritual. Lo reconocen aquellos por él formados. Lo demuestra el vasto vivaz florecimiento de santidad salesiana en el tiempo.
En verdad él nos ha dejado un testimonio abundante de sus enseñanzas espirituales esparcidas en numerosos escritos y documentada en las memorias recogidas por sus discípulos. Por este motivo puede ser considerado un “maestro de vida espiritual” en el sentido específico de la palabra: por la fecundísima acción de formador de santos, como director espiritual de comunidades e individuos, como fundador de congregaciones,  como iniciador de un movimiento histórico que tiene rasgos inconfundibles, que se configuran como una fecunda escuela e santidad cristiana1.
Por tanto, me parece oportuno ofrece algunas consideraciones y seis claves de interpretación que pueda. Ayudar a comprender la espiritualidad de don Bosco, y en particular, a leer fructíferamente la antología de textos disponibles para este tercer año de preparación al Bicentenario del nacimiento de nuestro Padre.

Consideraciones sobre la especificidad espiritual de don Bosco

1. En el ámbito de la historia de la espiritualidad, si comparamos los rasgos que definen su magisterio y su praxis con aquellos de otras escuelas espirituales, descubrimos indudables sintonías con las enseñanzas de San Francisco de Sales, encontramos también sustanciales elementos asimilados a través de la escuela de San José Cafasso, de la moral y ascética de San Alfonso María Ligorio, de la espiritualidad clásica, de la literatura jesuítica. En su apostolado, y especialmente en la luminosa y familiar caridad hacia los jóvenes, se entrevén muchos puntos del contacto con San Felipe Neri y otros santos educadores de la Reforma Católica.
Aún así don Bosco permanece inconfundible. Es verdad que, a través de la introducción a la vida devota y a los Tratados Espirituales, Francisco de Sales le transmite, reelaborada, la sustancia de la espiritualidad italiana del Humanismo devoto, que enfatiza la belleza de la piedad, que surge del gozo espiritual; mantiene el equilibrio entre voluntad humana y gracia; ama simplificar las prácticas para ponerlas al alcance de las personas más comunes. La escuela espiritual italiana entre 1500 y 1600 tiene también un planteamiento combativo, que deriva de la conciencia de la presencia en el corazón del hombre de una “doble ley”, por lo que anima a la “lucha espiritual”, al ejercicio de la mortificación de los sentidos, de la oración y de la práctica sacramental, pero con una perspectiva de crecimiento virtuoso y gozoso (no en el sentido medieval del contemptus mundi). Como Francisco de Sales, don Bosco mira con optimismo esta lucha con la certeza de la victoria, por su fe en el poder de la gracia santificadora, por la eficacia de la sangre de Cristo que fecunda el esfuerzo humano y hace posibles caminos de santidad a todos, también a los pequeños, a los jóvenes, a los últimos.
Es este uno de sus rasgos espirituales característicos: a la vida virtuosa y a la santidad son llamados también los jóvenes, los adolescentes. En consideración a la estructura psicológica de estos, él tiene en cuenta las pequeñas cosas, confiere mayor importancia a la mortificación interior que a aquellas corporal; insiste en la alegría del corazón y en la afectividad en la piedad; insiste en la unificación de una vida de oración y de acción; educa en el espíritu de adaptación y conciliación, sin renunciar nunca a la totalidad de su don a Dios. Sobretodo abre horizontes de sentido, terrenos y metafísicos, fascinantes y estimulantes.

2. En don Bosco el “darse a Dios”, sugerido con insistencia a los jóvenes, no coincide simplemente con la tradicional llamada a la conversión de los predicadores de su tiempo (“Aquel que retrasa su conversión corre el gran peligro que le falte el tiempo, la gracia o la voluntad” y se arriesga a la condenación eterna: lo había escuchado de joven en Buttigliera). A pesar de las preferencias de su tiempo, en él la exhortación adquiere un tono luminoso: es invitación a abrirse con generosidad a la primacía del amor divino, a ofrecer la propia vida a Dios sin condiciones y con un arrebato amoroso, superando cualquier apego y repliegue, cruzando el umbral de los pequeños horizontes e intereses. Se trata sustancialmente de ayudar a cada a uno a apropiarse, de manera plena y definitiva, de los promesas bautismales, de actualizarlas, es decir, a realizar el bautismo en la propia condición del joven o del adolescente como estilo de vida, en una secuela enamorada, incondicional y entusiasta de Cristo; a poner alegre y operativamente a Dios en el centro de lo vivido, de los pensamientos, de los afectos y de los intereses; y dejarse transfigurar por su Espíritu.
Nuestro santo Fundador Bosco está convencido que de este paso fundamental promueve un potente dinamismo interior: el único capaz de despertar las energías más profundas de cada uno, de madurar personas plenas y serenas, de producir en lo cotidiano frutos espirituales fecundos, de poner en marcha caminos de purificación y de construcción virtuosa, de abrir a la santidad operativa; es decir a una vivencia cristiana integral y alegre que se expresa en el ejercicio práctico habitual de la fe y la caridad, en la Unión con Dios, en la fidelidad indiscutible de los compromisos adquiridos y a los deberes del propio estado, en unas vivencias ferviente, gozosos en relaciones humanas fecundas y en una tensión ardiente al cumplimiento perfecto en Dios de la “bendita esperanza”.

3. Como podemos constatar en la vida de don Bosco, en su humanidad y en la experiencia de aquellos que a él fueron confinados, la consecuencia de esta elección es la progresiva maduración de la personalidad simpática y robusta, con connotaciones de libertad de espíritu, de fidelidad, de la observancia obediente y alegre, de la fortaleza de ánimo en los momentos de adversidad, de la acción operativa proactiva, de la capacidad de ver a lo lejos, de mirar más allá; permeados de bondad y amabilidad afectuosa; propensa al servicio oblativo al prójimo.
Todo esto es también fruto de un acompañamiento, de una educación en la conciencia y la acogida de uno mismo (sin escrúpulos ni congojas), de la formación a la superación e di mismo a través de un compromiso constante – combativo y dulce a la vez-, de oblatividad  y servicio al prójimo, de equilibrada mortificación de los sentidos, de purificación del corazón y de ejercicio de la virtud. Es el resultado de una mistagogía espiritual capaz de introducir a la oración, de cuidar la interioridad afectuosa con Dios, de formar un planteamiento progresivo de gozosa obediencia a la voluntad divina que se traduzca también en un humilde testimonio evangélico, en intensidad apostólica, en compromiso vocacional al servicio de la Iglesia y de la sociedad.
Por tanto, desde este punto de vista, en don Bosco tenemos más una ascética que una mística, a pesar de que el dinamismo central viene dado por el amor de Dios puesta en práctica; aún si el tipo de piedad, de devoción, que él promueve está caracterizado por una perfecta unificación de la acción y la contemplación. Y no podía ser de otra manera dado su caracter contemplativo en la acción y de apóstol de la contemporaneidad, dado su propósito de querer ser sal y luz, levadura evangélica en la ciudad terrena con la perspectiva puesta en la ciudad celeste.

4. Quien lea esta antología, se dará cuenta rápidamente se algunas insistencias, de temas recurrentes. Son rasgos inconfundibles de don Bosco, como el “servite Domino in laetitia”; como la insistencia sobre la centralidad de la obediencia como vía de perfecta conformación a Cristo en la donación de uno mismo; como el acento puesto en la “bella virtud”, la virtud de la castidad, pivote de la maduración humana y cristiana, vía para alcanzar un equilibrio general de los afectos y una intimidad amorosa y veraz con Dios, amado sobre todas las cosas; como la valorización pedagógica de los sacramentos; como la promoción de una forma de devoción mariana inseparable de la orientación interior decidida hacia la perfección virtuosa en la correspondencia activa en el trabajo de la gracia, en el celo por la gloria de Dios, en el espíritu de la oración, en el ejercicio de la virtud cotidiana, en el fervor eucarístico y apostólico: una devoción mariana capaz de encender en el corazón de los jóvenes el anhelo de la más alta perfección, como escribía don Caviglia.
Aquí se coloca también la insistencia sobre la frecuencia sacramental y sobre la tarea del confesor-educador, del amigo del alma que – ganada la confianza y la confidencia del joven – enseña el arte del examen de conciencia, forma en la contrición perfecta, estimula el propósito eficaz, guía sobre los senderos de la purificación y de los ejercicios virtuosos, introduce en el gusto por la oración y en la práctica de la presencia de Dios, enseña las vías para una comunión fecunda con el Cristo eucarístico. Confesión y comunión frecuente están íntimamente ligadas a la pedagogía espiritual de don Bosco. Con la confesión asidua y guiar se promueve la vida “en gracia de Dios” y se alimenta la tensión virtuosa que permite acercarse en un modo siempre más “digno” a la comunión frecuente; al mismo tiempo se crean las condiciones para que a través de la comunión eucarística Dios pueda tomar “posesión” del corazón de manera definitiva, para que la gracia encuentre las condiciones interiores ideales que permitan de obrar eficazmente, transformar y santificar.
Estos rasgos impregnan todo el magisterio espiritual de don Bosco. También la espiritualidad del religioso y de la religiosa salesiana está embebida de ella. La decidida entrega de uno mismo a Dios propuesta a los jóvenes asume, en la consagración religiosa, un movimiento más radical, total, que acentúa el primado absoluto de Dios y las exigencias operativas de una secuela incondicional expresada con la profesión de los votos, de una voluntad de conformarse al Cristo ofrecido e inmolado. La sustancia es la misma.

Algunas claves de interpretación para entrar en la visión espiritual de don Bosco

El lector de hoy, acercándose a los textos de don Bosco, se da cuenta que él escribe para jóvenes, para adultos, para religiosos y religiosas de su tiempo. Es cierto que su discurso continúa siendo estimulante para nosotros, pero la distancia cultural y espiritual se percibe. La lectura reta nuestra capacidad de interpretación, estimula nuestra colaboración activa, hacia una llamada a nuestra conciencia histórica, cultural, teológica… Así que, para reducir la complejidad, me parece conveniente indicar seis claves interpretativas útiles para entrar en la visión y sensibilidad espiritual de don Bosco y ayudar al lector de hoy a reformular los aspectos identitarios de la espiritualidad en otros horizontes culturales y en perspectivas teológicas diferentes.

1. Primera clave interpretativa: don Bosco, (lo vemos en sus escritos y en sus elecciones operativas), tiene una concepción religiosa de la historia. Desde su forma de ver, la historia humana y el corazón de cada persona son el lugar de la acción salvadora de Dios, en una dialéctica perenne entre el tiempo, entre la gracia y la debilidad, entre pecado y redención. El Dios de la Biblia, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, no es un Dios lejano que observa los eventos desde lo alto; es cercano, activo, implicado en las “asuntos” humanos; su Espíritu llena la tierra y la vivifica, la trabaja, la hace fructificar. Además de don Bosco está convencido que la sangre de nuestro Señor Jesucristo por la salvación de la humanidad, no se ha derramado en vano. La gracia y el amor de Dios por el hombre, son más fuertes que cualquier forma de mal, de cualquier resistencia y oposición. Y el hombre – por frágil y pecador – no es abandonado a sí mismo. El Creador, en Jesús Salvador y Redentor, se extiende hacia nosotros, no tanto para salvarnos, sino para santificarnos, para transfigurarnos, para unirnos a él en el amor. Por esto don Bosco tiene una confianza incondicional en Dios y en el poder de su gracia: en aquel Dios que se da totalmente, que ofrece a su Hijo unigénito hasta al sacrificio de la cruz para que nadie se pierda, para que todos puedan vivir como hijos suyos. Así que, no duda nunca. Escribe a un párroco descorazonado en 1878: [Usted me dice:] “¿No son suficientemente buenos?” [y yo respondo:] Omnia possum in eo qui me confortat. [...] ¿Los tiempos son difíciles? Fueron siempre así, pero Dios nunca falló al ayudarnos: Christus heri et hodie”.

2. Segunda clave interpretativa. De esta visión teológica y de esta fe incuestionable en Dios, deriva la confianza de nuestro Santo en los recursos interiores del hombre, su visión optimista de la acción educativa y pastoral, y surge su luminosa pedagogía espiritual. Aún el joven más débil, más refractario, más mísero, más distraído e inquieto, mantiene intactos, en la visión de don Bosco, las líneas del rostro y el corazón de aquel Dios que lo ha creado a su imagen y semejanza. Cada joven siente dentro de sí, en el profundo, la nostalgia del Padre nuestro que está en los cielos es la necesidad de responder a sus llamadas. En cuanto criatura de un Dios que es caridad, que es amor, cada joven es ontológicamente (por naturaleza) abierto al amor. Tiene una inmensa necesidad de ser amado y de amar, es sensible al amor gratuito, oblativo, a la amistad desinteresada, a la amabilidad, a la atención personal y al trato individual, a la relación humana positiva. Sobre este dinamismo interior don Bosco se confía como pastor y como educador. Partiendo de esta certeza se interroga, se fa tareas, experimenta, no se arredra nunca, no desespera, va al encuentro, dialoga, propone, da confianza, anima, tiene paciencia, persiste, combate: en definitiva, educa, forma, instruye, acompaña, asiste.

3. Tercera clave interpretativa. Don Bosco también está convencido de ser llamado y enviado por Dios para la salvación de los jóvenes. Está seguro de haber recibido una vocación para una misión especial en la Iglesia y en el mundo. Una vocación que – como más veces afirma hablando con sus hijos y miembros de la Familia Salesiana – es también nuestra. Él se siente instrumento, humilde, pero es necesario y eficaz por la gracia divina. Por esto se hace amigo, hermano, padre para hacer percibir al joven el rostro amigo, paterno y materno de Dios. Esta conciencia, esta fe en la misión recibida le da coraje y esperanza, porque sabe que no le faltará la ayuda del Señor: la llamada y la misión incluyen el carisma, la gracia necesaria para la eficacia. Además, esta conciencia le infunde un fuerte sentido de responsabilidad. Como ha aprendido de don Cafasso, el pastor, y todos aquellos que han recibido una vocación educativa y evangélica, deberán dar estricta cuenta a Dios de las ovejas que les han sido confiadas. Son estos motivos los que inducen a don Bosco a estar disponible incondicionalmente disponible en las manos de Dios y comprometerse todo él en la misión. Quiere llegar a todos. Cada uno tiene una responsabilidad de comunicar el fuego de la fe y del amor que tiene dentro de sí.
A todos quiere ganar para Dios, convencido de que este es el modo de colaborar eficazmente en la transformación de la humanidad, del fermento cristiano en la historia y de beneficiar con la “salvación” de la sociedad, más allá de las personas individuales.

4. Cuarta clave interpretativa. Formado en un concepto muy testimonial de la acción educativa y pastoral, don Bosco sabe por experiencia y enseña que se puede comunicar a los otros sólo aquello que de posee. La persona del pastor y del educador, su fe, caridad, esperanza, su espíritu de oración, de rectitud, su ejemplaridad moral y la santidad de su vida son atractivos irresistibles, canales comunicativos irresistibles de una propuesta formativa eficaz. Así hace él y lo enseña a sus colaboradores, adultos o jóvenes, desde los primeros pasos del Oratorio.

5. Quinta clave interpretativa. Naturalmente, todo esto no significa que no se deba tener un método, una estrategia pastoral, un “sistema” educativo. De hecho, si con los jóvenes don Bosco insiste en que es necesario “darse a Dios con tiempo”, sin esperar a la edad adulta o a la vejez, con los educadores y los pastores afirma que es fundamental conquistar con el corazón y con la confianza de los jóvenes poniendo en práctica todos los recursos del sistema preventivo. Enseña también que no hay que tener miedo de proponer desde el inicio, pero siempre de manera significativa, fascinante, un claro itinerario de vida cristiana, una sustanciosa espiritualidad juvenil. Cierto, que es necesaria cierta gradualidad, es necesaria una pedagogía de la vida espiritual. Se requiere crear las condiciones favorables; plasmar ambientes educativos bellos y estimulante, serenos, ricos en propuestas y de presencias humanas simpáticas y vivas, adaptadas a que la propuesta sea significativa. Es necesaria cuidar a los individuos y a los pequeños detalles, la organización de los momentos importantes, la puesta a punto de experiencias significativas, de recorridos estructurados, de pasajes. Es importante la planificación, la organización, la reglamentación, la calendarización y la revisión periódica y atenta. Es indispensable sobre todo centrar la atención propia en los jóvenes, dedicarse a las relaciones personales y al cuidado del individuo, a la formación del grupo más allá de la gran comunidad juvenil, garantizar una asistencia eficaz y un acompañamiento personalizado. Aquí comprendemos su interés en formar comunidades educativas y pastorales bien estructuradas, su insistencia en el compromiso personal de los educadores y su “celo” ardiente e “laborioso”.

6. Sexta clave interpretativa. Debemos tener presente también otro aspecto, muy importante en el tiempo de don Bosco, que hoy surge de manera crítica, sobre todo en Occidente: la confianza y la apertura al futuro, la tendencia a la superación, a la trascendencia y a la orientación escatológica. Eran rasgos típicos de don Bosco, de su modo de vivir la fe y proyectar la acción educativa y pastoral, pero eran también características del ambiente cultural y de la visión de sus jóvenes. Por este motivo se basaba en las “magnifiche sorti e progressive” – como indica críticamente el poeta Giacomo Leopardi en La ginestra (1836) –, se había convencido de la posibilidad y capacidad del hombre de progresar siempre, de perfeccionarse, de tender a alcanzar posiciones sociales y condiciones de vida, económicas, morales, espirituales y civiles, mejores; se tenía una fe indiscutible en el progreso. También don Bosco participaba de esta sensibilidad, pero desde una perspectiva exquisitamente evangélica. Él estaba convencido que cada joven, sobre todo aquel más pobre, es educado a mirar más allá, a esperar, a desear la redención moral y espiritual, a tender a la superación, a la mejora de sí mismo; cada joven es animado a abrirse, a afrontar el cansancio, la lucha, alimentando fuertemente la esperanza; cada uno es educado para ponerse en busqueda, para salir de sí mismo, para emigrar del pequeño mundo personal, para superar horizontes limitados, proyectándose hacia “un más allá”, hacia algo “mejor”, un “mañana”, un “afuera”, un paraíso, temporal y eterno. Pero especialmente propone abrirse a la alteridad del Trascendente, del Dios-Amor, que sólo puede permitirse de realizar nuestros anhelos más profundos y alcanzar la “salvación”. Este factor don Bosco lo sabía orientar muy bien, ya sea en la perspectiva religiosa de la santidad, en la tensión hacia la perfección cristiana, sea en aquella secular de la ciudadanía responsable y competente.
Espero que, con el ayudo de estas coordenadas y estas claves principales de interpretación, la lectura de los textos de don Bosco, sobre sus enseñanzas de vida espiritual, puedan resultar muy estimulates para la Familia Salesiana.