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Relaciones: P. Pascual Chávez – Observaciones finales

Pascual Chavez (SP)

Chavez_19-01-14

La caridad Pastoral
Centro y síntesis de la espiritualidad salesiana

 

Don Pascual Chávez Villanueva,
Rector Mayor

Hemos visto antes qué «clase» de persona espiritual era Don Bosco: profundamente hombre y totalmente abierto a Dios; en armonía entre esas dos dimensiones, vivió un proyecto de vida asumido con decisión: el servicio a los jóvenes. Lo destaca Don Rua: «No dio un paso, no pronunció una palabra, no abordó ninguna empresa que no tuviese como mira la salvación de la juventud».[14] Si se examina su proyecto para los jóvenes, se ve que tiene un «corazón», un elemento que le da sentido, originalidad: «Realmente no le interesó más que las almas».[15]
Hay por tanto una explicación ulterior y concreta de la unidad de su vida: con su entrega a los jóvenes, Don Bosco quería comunicar su experiencia de Dios. Su caridad no era solo generosidad o filantropía, sino caridad pastoral. A ella se la llama «centro y síntesis» del espíritu salesiano.[16]
Centro y síntesis es una afirmación acertada y comprometida. Es más fácil enumerar varios rasgos, aun fundamentales de nuestra espiritualidad, sin obligarnos a establecer entre ellos una relación o una jerarquía, que seleccionar uno de ellos como principal. En este caso hay que entrar en el alma de Don Bosco o del Salesiano y descubrir lo que explica su estilo.
Para entender qué encierra la caridad pastoral demos tres pasos: reflexionemos antes sobre la caridad, después sobre la especificación pastoral, y por último sobre la caracterización salesiana de la caridad pastoral.

2.1. Caridad

Una expresión de san Francisco de Sales dice: «La persona es la perfección del universo; el amor es la perfección de la persona; la caridad es la perfección del amor».[17] Se trata de una visión universal que pone en escala ascendente cuatro modos de existir: el ser, el ser persona, el amor como forma superior a toda otra forma de la persona, la caridad como expresión máxima del amor.
El amor representa el punto máximo de llegada de la maduración de cualquier persona, cristiana o no. La tarea educativa se propone llevar a la persona a ser capaz de entregarse, a un amor de benevolencia.
Los psicólogos, y no solo Jesucristo, dicen que la personalidad completa y feliz es capaz de generosidad y desinterés y llega a vivir un amor que no es solo concupiscencia, es decir para la propia satisfacción de ser amado. Diversas formas de neurosis o de perturbación de la personalidad derivan de estar centrado sobre sí y las correspondientes terapias tienden todas a abrir y descentrar hacia los demás.
La caridad es además la propuesta principal en toda espiritualidad: es no solo el primero y principal mandamiento; y por tanto el programa principal para el camino espiritual, sino también la fuente de energía para progresar. Hay sobre ella una abundante reflexión sobre todo en san Pablo (2 Cor 12,13-14) y san Juan (1 Jn 4,7-21). Tomamos solo algunos núcleos.
Encenderse la caridad en nosotros es un misterio y una gracia; no procede de la iniciativa humana sino que es participación en la vida divina y efecto de la presencia del Espíritu. No podríamos amar a Dios si Él no nos hubiese amado primero, haciéndonoslo sentir y dándonos el gusto y la inteligencia para corresponder. No podríamos tampoco amar al prójimo y ver en él la imagen de Dios, si no tuviésemos la experiencia personal del amor de Dios.
«El amor que Dios tiene por nosotros se ha derramado en nuestros corazones mediante el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rom 5,5). Por otra parte tampoco el amor humano tiene explicación racional, y por eso se dice que es ciego. Nadie logra determinar con exactitud por qué una persona se enamora de otra.
Por su naturaleza de ser participación en la vida divina y la comunión misteriosa con Dios, la caridad crea en nosotros la capacidad de descubrir y percibir a Dios: la religión sin la caridad aleja de Dios. El amor auténtico, aun solo humano, lleva a los que están alejados hacia la fe y el ambiente religioso. La parábola del buen samaritano centra exactamente la relación religión-caridad con ventaja para esta última.
Juan resumirá esto en su primera carta al escribir: «Queridos míos, amémonos unos a otros porque el amor viene de Dios: quienquiera que ama es engendrado por Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios porque Dios es amor» (1 Jn 4,7-8). En san Juan el verbo conocer significa tener experiencia, más que tener nociones exactas: quien ama experimenta a Dios.
Dado que la caridad es el don que nos permite conocer a Dios por experiencia, nos capacita también para gozar de Él en la visión definitiva: «Ahora vemos como en un espejo, de modo confuso; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de modo imperfecto, pero entonces conoceré perfectamente» (1 Cor 13,12).
Por eso no es solo una virtud especial, sino la forma y la substancia de todas las virtudes y de lo que constituye y construye la persona: «Aunque hablase las lenguas de los hombres y de los ángeles… y tuviese el don de la profecía… y si repartiese todas mis riquezas a los pobres… y si poseyese la plenitud de la fe hasta transportar montañas… pero no tuviese caridad no me sirve de nada» (1 Cor 13,1-3).
Por eso la caridad y sus frutos son realidades que perduran, resisten al tiempo: «La caridad no tendrá nunca fin. Las profecías desaparecerán, el don de las lenguas cesará, la ciencia se desvanecerá. Cuando venga lo que es perfecto, lo que es perfecto desaparecerá» (1 Cor 13,8-10). Esto se aplica no solo a la vida, sino a nuestra historia. Lo que se edifica sobre el amor queda y construye nuestra persona, nuestra comunidad, nuestra sociedad; mientras que lo que se difunde y se construye sobre el odio y sobre el egoísmo se destruye.
Por eso la caridad es lo más grande y la raíz de todos los carismas, a través de los que se construye y trabaja la Iglesia. Precisamente después de haber explicado la finalidad y el empleo de los diferentes carismas, san Pablo introduce el discurso de la caridad con estas palabras: «Aspirad a los carismas más grandes y yo os mostraré el camino mejor» (1 Cor 12,31).
Es el carisma principal, aun cuando se expresa en gestos cotidianos y no tiene nada de extraordinario o vistoso: «… es paciente, es benigna la caridad; no es envidiosa, no presume, no se hincha, no falta al respeto, no busca su interés, no se aíra, no tiene en cuenta el mal recibidos, no goza con la injusticia, sino que complace en la verdad. Todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1 Cor 13,4-6).
Para Don Bosco y Madre Mazzarello, como para todos los santos¸ la caridad es central. Es la insistencia principal de su vida. Conviene saberlo y decirlo. De vez en cuando, en efecto, algún miembro de la Familia Salesiana lo experimenta, descubre la importancia de la caridad en un movimiento eclesial, después de haber vivido muchos años en la espiritualidad de nuestro carisma salesiano. Parece que antes no oyó hablar de ello con eficacia y no pudo vivirlo con intensidad.
En el sueño de los diamantes —que es una parábola del espíritu salesiano— la caridad está puesta delante y precisamente sobre el corazón del personaje: «Tres de aquellos diamantes estaban sobre el pecho… en el que se encontraba sobre el corazón estaba escrito: caridad».[18] En este sueño lo que está puesto delante es la parte fundamental de nuestro espíritu.
Además, la caridad está recomendada por nuestros fundadores de muchas formas: como base de la vida de comunidad, principio pedagógico, fuente de la piedad, condición del equilibrio y de la felicidad personal, práctica de virtudes específicas, como la amistad, la buena educación, la renuncia a los propios intereses.
Aprender a amar es la finalidad de la vida consagrada que no es más que «un camino que parte del amor y conduce al amor».[19] El conjunto de prácticas y disciplinas, de normas y enseñanzas espirituales querría obtener una sola cosa: hacernos capaces de acoger a los demás y ponernos a su servicio con generosidad.

2.2. Caridad pastoral

La caridad tiene muchas manifestaciones: el amor materno, el amor conyugal, la beneficencia, la compasión, la misericordia, el amor a los enemigos, el perdón. En la historia de la santidad esas manifestaciones cubren todos los ámbitos de la vida humana. Nosotros, los Salesianos (SDB) y las Hijas de María Auxiliadora (FMA), como en general todos los grupos de la Familia Salesiana, hablamos de una caridad pastoral.
Esta expresión aparece muchas veces en sus Constituciones, documentos y conferencias. Qué significa caridad pastoral lo dice bien el Concilio cuando, refiriéndose a los que se preocupan de educar en la fe, dice: «Se les da la gracia sacramental, para que con la oración, el sacrificio y la predicación… ejerzan un perfecto ministerio de caridad pastoral: no teman, pues, dar la vida por sus ovejas y, haciéndose modelo del rebaño, promuevan a la Iglesia también con el ejemplo hacia una santidad más grande».[20]
La palabra pastoral indica una forma específica de caridad, evoca en seguida a la mente la figura de Jesús Buen Pastor.[21] Pero no solo las formas de su acción: bondad, búsqueda del que se ha perdido, diálogo, perdón; sino también y sobre todo la sustancia de su ministerio: revelar a Dios a cada hombre y a cada mujer. Es más que evidente la diferencia con otras formas de caridad que prestan atención preferente a determinadas necesidades de las personas: salud, alimento, trabajo.
El elemento típico de la caridad pastoral es el anuncio del Evangelio, la educación en la fe, la formación de la comunidad cristiana, la elevación evangélica del ambiente. Pide, pues, disponibilidad plena y entrega por la salvación del hombre, como viene propuesta por Jesús: de todos los hombres, de todo hombre, aun de uno solo. Don Bosco, y tras él nuestra Familia Salesiana, expresan esta caridad con una frase: “Da mihi animas, cetera tolle”.
Los grandes institutos y las grandes corrientes de espiritualidad han condensado el corazón de su propio carisma en una breve frase. «A mayor gloria de Dios» dicen los jesuitas; «Paz y bien» es el saludo de los franciscanos; «Ora y trabaja» es el programa de los benedictinos; «Contemplar y entregar a los demás las cosas contempladas» es la norma de los dominicos. Los testigos de la primera hora y la reflexión posterior de la Congregación han llevado a la convicción de que la expresión que resume la espiritualidad salesiana es exactamente el “Da mihi animas, cetera tolle”.
Es verdad que la expresión brota con frecuencia en los labios de Don Bosco y ha influido en su fisonomía espiritual. Es la máxima que impresionó a Domingo Savio en el despacho de Don Bosco —todavía joven sacerdote de 34 años— y le movió a un comentario que se ha hecho famoso: «He entendido; aquí no hay negocio de dinero sino negocio de almas, he entendido; espero que mi alma formará también parte de este comercio».[22] Para este muchacho estaba, pues, claro que Don Bosco no le ofrecía solo instrucción y casa, sino sobre todo una oportunidad de crecimiento espiritual.
La expresión está tomada en la Liturgia: «Despierta también en nosotros la misma caridad apostólica que nos impulse a buscar almas que te sirvan a ti, único y sumo bien».[23] Era justo que fuese así, dado que Don Bosco había tenido presente esta intención en la fundación de sus instituciones: «El fin de esta Sociedad, si se considera en sus miembros, no es otro que una invitación a unirse impulsados por el dicho de san Agustín: “Divinorum divinissimum est in lucrum animarum operare”».[24]

2.3. Caridad pastoral salesiana

En la historia salesiana leemos: «La noche del 26 de enero de 1854, nos reunimos en la habitación de Don Bosco y se nos propuso hacer con la ayuda del Señor y de san Francisco de Sales una prueba de ejercicio práctico de caridad… Desde entonces se ha dado el nombre de Salesianos a los que se propusieron o se propondrán este ejercicio».[25]
Después de Don Bosco, todos los Rectores Mayores, como testigos fidedignos, han reafirmado la misma convicción. Es interesante el hecho de que todos se apresuraron a corroborarlo con una convergencia que no deja lugar a la duda.
Don Miguel Rua pudo afirmar en los procesos para la beatificación y canonización de Don Bosco: «Dejó que otros acumulasen bienes… y corriesen detrás de los honores; a Don Bosco realmente no le importaron más que las almas: dijo con hechos no solo con las palabras: “Da mihi animas, cetera tolle”».
Don Pablo Albera, que tuvo un prolongado contacto con Don Bosco, afirma: «la idea que estimuló toda su vida fue la de trabajar por las almas hasta la total inmolación de sí mismo… Salvar las almas… fue, puede decirse, la única razón de su existencia».[26]
Más incisivamente, también porque pone el acento en las motivaciones profundas de la actuación de Don Bosco, don Felipe Rinaldi ve en el lema “Da mihi animas”, «el secreto de su amor, la fuerza, el ardor de su caridad».
Sobre la responsabilidad actual, después de la reflexión de la vida salesiana a la luz del Concilio, se expresa así el Rector Mayor Don Egidio Viganò: «Mi convicción es que no hay ninguna expresión sintética que califique mejor el espíritu salesiano que esta elección del mismo Don Bosco: “Da mihi animas, cetera tolle”. Indica una ardiente unión con Dios que nos hace penetrar en el misterio de su vida trinitaria manifestada históricamente en las misiones del Hijo y del Espíritu como Amor infinito ad hominum salutem intentus».[27]
¿De dónde viene y qué significado preciso puede tener hoy esta expresión o lema? Digo hoy, cuando la palabra alma no expresa y no sugiere lo que evocaba en épocas anteriores.
Este lema de Don Bosco se encuentra en el Génesis (14,21). Cuatro reyes aliados luchan contra otros cinco, entre los que está el de Sodoma. Durante el saqueo de la ciudad cae prisionero también Lot, sobrino de Abraham, con su familia. Se le comunica a Abraham. Parte con su tribu, después de haber armado a sus hombres. Derrota a los saqueadores, recupera el botín y rescata a las personas. Entonces el rey de Sodoma, agradecido, le dice: «Dame a las personas, el resto, para ti». La presencia de Melquisedec, sacerdote cuyo origen se desconoce, da un sentido religioso especial y mesiánico al pasaje, sobre todo por la bendición que pronuncia sobre Abraham. Se trata por tanto de una situación todo menos “espiritual”. En la petición del rey hay, sin embargo, una neta distinción entre las “personas” y ”lo demás”, las cosas.
Don Bosco da a la expresión una interpretación personal dentro de la visión religioso-cultural de su siglo. Alma indica la dimensión espiritual del hombre, centro de su libertad y razón de su dignidad, espacio de su apertura a Dios. La expresión del Gen 14,21 asume en él características propias, desde el momento en que del texto bíblico hace una lectura acomodaticia, alegórica, jaculatoria, eucológica: almas son los hombres de su tiempo, son los muchachos concretos con los que debe bregar; cetera tolle significa el desprendimiento de las cosas y criaturas, un desprendimiento que en él no es traducible en el sentido de aniquilamiento de sí, de aniquilamiento en Dios, como por ejemplo en los teólogos contemplativos o místicos; en él el desprendimiento es un estado de ánimo necesario para la más absoluta libertad y disponibilidad a las exigencias del mismo apostolado.
El cruce de los dos significados, el bíblico y el que le da Don Bosco, cercano a nuestra cultura marca opciones muy concretas.
En primer lugar la caridad pastoral toma en consideración a la persona y se interesa por toda la persona; primero y sobre todo interesa la persona para desarrollar sus recursos. Dar «cosas» viene después; prestar un servicio está en función del crecimiento de la conciencia y del sentido de la propia dignidad.
Además la caridad que mira sobre todo a la persona está guiada por una visión de la misma. La persona no vive solo de pan; tiene necesidades inmediatas, pero también infinitas aspiraciones. Desea bienes materiales, pero también valores espirituales. Según la expresión de san Agustín «está hecha para Dios, sedienta de él». Por eso la salvación que busca la caridad pastoral y ofrece es la plena y definitiva. Todo lo demás se subordina a ella: la beneficencia, a la educación; esta, a la iniciación religiosa; la iniciación religiosa, a la vida de gracia y a la comunión con Dios.
En otras palabras se puede decir que en nuestra educación o promoción damos el primado a la dimensión religiosa. No por proselitismo, sino porque estamos convencidos de que constituye la fuente más profunda del crecimiento de la persona. En un tiempo de secularismo, esta orientación no es fácil de realizar.
La máxima «da mihi animas» contiene también una indicación de método: en la formación o regeneración de la persona hay que reforzar y reavivar sus energías espirituales, su conciencia moral, su apertura a Dios, el pensamiento de su destino eterno. La pedagogía de Don Bosco es una pedagogía del alma, de lo sobrenatural. Cuando se llega a tocar este punto empieza el verdadero trabajo de educación. Lo demás es propedéutico o preparatorio.
Don Bosco lo afirma con claridad en la biografía de Miguel Magone. Este pasa de la calle al Oratorio. Se siente contento y es, humanamente hablando, un buen muchacho: es espontáneo y sincero, juega, estudia, se hace con amigos. Le falta una cosa: entender la vida de gracia, la relación con Dios y emprenderla. Es religiosamente ignorante o distraído. Tiene una crisis de llanto cuando se compara con los compañeros y nota que le falta eso. Entonces Don Bosco habla con él. Desde aquel momento comienza el camino educativo descrito en la biografía: desde la conciencia y la apropiación de su dimensión personal religioso-cristiana.
Hay, pues, una ascesis para el que está movido por la caridad pastoral: “Cetera tolle”, «Deja todo lo demás». Se debe renunciar a muchas cosas para salvar la realidad principal; se pueden confiar a otros y hasta dejar aparte muchas actividades con tal de tener tiempo y disponibilidad para abrir a los jóvenes a Dios. Y esto no solo en la vida personal sino también en los programas y en las obras apostólicas.
«Quien recorre la vida de Don Bosco, siguiendo sus esquemas mentales y explorando las características de su pensamiento, encuentra una matriz: la salvación está en la Iglesia católica, única depositaria de los medios salvíficos. Él siente como las voces de la juventud descarriada, pobre y abandonada, suscitan en él la urgencia educativa de promover la inserción de esos jóvenes en el mundo y en la Iglesia mediante métodos de dulzura y caridad; pero con una tensión que tiene su origen en el deseo de la salvación eterna del joven».[28]

2.4. Síntesis del recorrido hecho

Como síntesis recogemos las ideas fundamentales de nuestra reflexión.
• La nuestra es una espiritualidad apostólica: se expresa y crece en el trabajo pastoral.
• El apostolado se convierte en una auténtica experiencia espiritual, y no en consumo de energías, tensión y agotamiento, si tiene como alma la caridad; ésta da facilidad, confianza, alegría en el trabajo pastoral.
• La caridad realiza la unidad en nuestra vida personal; compone las tensiones que surgen entre acción y oración, entre vida comunitaria y tarea apostólica, entre educación y evangelización, entre profesionalidad y apostolado.
• Todo el trabajo de nuestra vida spiritual consiste en reavivar la caridad pastoral, purificarla, intensificarla: «ama et fac quod vis».