Lorenzini

Relaciones: Roberto Lorenzini

Roberto Lorenzini (SP)

Una espiritualidad salesiana con denominación de origen laica

Roberto Lorenzini

Premisa

Me gustaría reflexionar con vosotros sobre el don que Don Bosco nos ha hecho tanto a los laicos no consagrados de la Familia Salesiana que se han implicado con él, acogiendo como referencia de vida su espiritualidad: desde los Salesianos Cooperadores, a los devotos de María Auxiliadora, a las Exalumnas y Exalumnos, a los amigos de Don Bosco y a todos aquellos que, bajo diversos títulos, forman parte del vasto Movimiento Salesiano.

Me gusta pensar en estos laicos como los buenos cristianos y honrados ciudadanos según el modelo de persona que soñado por Don Bosco.

En esta exposición hare referencia a la presentación del Aguinaldo 2014 del Rector Mayor, al dossier de Pastoral Juvenil de junio de 2013 que profundiza algunos aspectos (en particular las aportaciones de Bissoli, Séïde, Garcia ed Errico), del fascículo “Educadores de santos” de Don Giuseppe Casti, Delegado mundial de los Salesianos Cooperadores, del texto “Suoi testimoni” del Salesiano Cooperador Nino Sammartano, y del pequeño volumen “Testimoni dell’alleanza”, de Don Joseph Aubry con Vittoria y Roberto Lorenzini.

Vinculados a la dinámica interior de Don Bosco

Responder al amor de un Dios que ama inmensamente es el camino para una santidad posible para todos. Dejarse penetrar por este amor hasta el punto que no podamos quedárnoslo sólo para nosotros y tener que compartirlo con todos, es la dinámica de la caridad pastoral que nos impulsa a ser levadura evangélica en los ambientes de nuestra vida empezando por nuestra familia y llegando a los jóvenes y al prójimo más desgraciado en quien vemos la imagen de Jesús mismo (cfr Aguinaldo n. 2).

En la presentación del Aguinaldo 2014 el Rector Mayor comienza afirmando que “La espiritualidad salesiana no es diferente a la espiritualidad cristiana”. ¿Por qué? Porque tiene la misma raíz que es la caridad, es decir, la vida misma de Dios a quien Don Bosco ha dibujado a través del rostro de Jesús, buen Pastor.

Es cierto que impresiona constatar como para Don Bosco fue tan natural vivir lo sobrenatural. Contemplando la presencia de Dios entre las redes de su vida cotidiana, el transformaba la unidad con su Señor, en dinámica de vida, toda ella empleada en sus jóvenes, los pobres, los últimos. Una acción imbuida de oración, una oración imbuida de acción.

¿Qué significa para nosotros, laicos, vivir esta dinámica interior? Es Don Bosco mismo el que nos da una pista sobre la respuesta: “Mediante el trabajo podéis ser meritorios para la Sociedad… y hacer del bien de vuestra alma, especialmente si ofrecéis a Dios vuestras ocupaciones cotidianas”(OE XXIX 68-69). En otras palabras nos invita a acoger esta presencia de Dios en las ocupaciones ordinarias y en las tareas de nuestra jornada, haciendo de Cristo el criterio de nuestra acción.1

Ramas unidas a una única vid

De la espiritualidad laical habla magníficamente la “Christifideles laici” (1988), pero la reflexión partiendo de Don Bosco nos ayuda a conjugarla en modo tal que podamos fecundar salesianamente cada ambiente de la vida: juvenil, familiar, eclesial, social… (cfr Aguinaldo n. 3). Es una espiritualidad, que trazando una relación de corazón a corazón con Dios, nos compromete a dar plenitud de vida por su gloria, en la convicción primera que “la gloria de Dios es el hombre vivo” (cfr Aguinaldo n. 4).
Para nosotros laicos, la unión con Dios Padre constituye la condición de nuestra implicación apostólica: ramas unidas a una única vid. El dinamismo del Espíritu nos conduce hacia una orientación unitaria, aquella del ágape, asumiendo el diseño de salvación del Padre como proyecto que unifica nuestra vida.2

La oración común, la meditación de la Palabra, la vida sacramental se convierten en fuente de fuerza que alimenta el deseo de colaborar en la edificación del Reino de Dios, transformando la vida en oración y la oración en vida porque, como afirma Martha Séïde, “todo puede convertirse en oración para quien tiene una vida de oración cuidada, habitual e intensa” (NPG n. 6-2013 p. 47).

Vivir en la presencia de Dios es una fortaleza de la espiritualidad de Don Bosco.3 Así el encuentro con el Resucitado nos transforma de tal manera que no podemos seguir creyendo que el mal sea más fuerte que el bien y esto nos da la fuerza para implicarnos y luchar, haciendo de la esperanza la virtud del laico por excelencia, porque sabemos que el Espíritu del Resucitado nos precede siempre y está siempre presente y actuando en la historia.4

Llamados a la Santidad

Llenos de esta conciencia y esta carga interior, ¿a qué están llamados los laicos que tienen como referencia a Don Bosco?

Encarnar el amor que Dios “ha vertido en nuestros corazones” (Rm 5,5) significa acoger esa caridad de Cristo que nos abruma y nos impulsa a ser levadura evangélica en nuestro ambiente de vida, dándonos a los demás generosa y desinteresadamente. En otras palabras esto equivale a dirigirse de forma decidida hacia la santidad.5

En esta ardua tarea no escondemos nuestros límites, nuestras fragilidades, las dificultades, los fracasos, pero es el mismo Jesús, el Resucitado, que nos anima: “Yo estoy con vosotros todos los días“ (Mt 28,20) o, como decía a Pablo, “Te basta mi gracia” (2 Cor 12,9), tanto como para hacerle exclamar: “cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2Cor 12,10). También las dificultades tienen sentido si como Pablo asegura, en Cristo “la tribulación produce paciencia, la paciencia, prueba y la prueba, esperanza” (Rm 5,3-4).

Para cada uno de nosotros cada instante de la vida puede representar un punto de encuentro con Dios. Es la mística de la vida ordinaria vivida de manera extraordinaria siguiendo los pasos de Dios que se hace presente a nuestro lado. “Es necesario que – según Martha Séïde – educarse y educar en la atención para hacer de cada instante de la vida un momento de eternidad: amor por Dios y por la humanidad” (NPG n. 6-2013 p. 49). Estamos llamados a hacernos discípulos de María que vive con especial compenetración, tanto la contemplación como el servicio. Quien vive esta “gracia de unidad”, típica de la espiritualidad salesiana, está comenzando un camino seguro hacia la santidad.
Por otra parte, la tentación de pensar que los resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar se vence con la adhesión a las palabras de Jesús: “Quien permanece en mí y yo en él, da mucho fruto, porque sin mi no podéis hacer nada” (Jn 15,5). Confiándonos en esta unión con Jesús, como rey, sacerdote y profeta por el don del Bautismo, ofrezcámosle todas nuestras fatigas y nuestro compromiso.6 Es indudable que esto nos llama a tomar distancia respecto de la mentalidad de esta mundo, y es aquí donde se encuentra nuestra áscesis.7

Una espiritualidad que quiere incidir en lo social

Una espiritualidad entendida así nos llama a conjugar la fe en Dios y la fidelidad al hombre para convertirnos en esperanza para el mundo…8 Nos compromete a la realización del bien común incidiendo en lo social y lo político…porque todo aquello que es humano es lugar de experiencia y de encuentro con el Señor de la vida.9

Esta espiritualidad sobre las huellas de Don Bosco, hace que el “buen cristiano” se materialice en sus responsabilidades de “honrado ciudadano” adicto a buscar nuevas vías y modos para trasplantar la genialidad de don Bosco en la vida pública, en el mundo de la cultura, de la política, de la vida social.10 Es el laico adicto a la salvación de su alma a través de su responsabilidad de ciudadano11 convencido, como informaba un Boletín Salesiano en del 1883, que “trabajar en la educación de la juventud más abandonada es dar gloria a Dios y cooperar al bienestar de la sociedad civil” (cfr BS a.VII, 1883, n.7. p. 104).

A nosotros laicos nos han sido dirigidas muchas llamadas que miran hacia este compromiso social: el Rector Mayor en el Congreso mundial de los Cooperadores del 2012 nos pedía de “salir de las sacristías” y recientemente le hacía eco el Papa Francisco nos solicitaba “salir de los cenáculos”.
Aquello que Don Bosco entendía con “ser de gran ayuda a la sociedad civil” es, en definitiva, para nosotros el objetivo de trabajar en la construcción de un mundo verdaderamente humano, en el sentido del humanismo cristiano y salesiano de San Francisco de Sales, para una plena realización de las personas.

Como cristianos y ciudadanos comprometidos con el mundo

Si la espiritualidad de Don Bosco nos anima como preciosa herencia, esto no significa que el honrado ciudadano del Tercer Mileno tenga las connotaciones de aquel del final del Siglo XIX, cuando su rol se reducía como máximo a obedecer las leyes, no dar problemas a la justicia y…sustancialmente a pensar en “sus cosas”.13

Hoy, gracias al camino de la Iglesia en el campo de la Doctrina Social, desde la “Rerum Novarum” de León XIII de 1891 a la “Caritas in veritate” de Benedicto XVI del 2009, camino enriquecido por el Concilio Vaticano II, la construcción de un orden social justo se ha convertido en un deber para cada cristiano, basado en el primado de la conciencia, corroborado por el estudio, la oración, dedicación, colaboración, fatiga, constancia…y a veces aceptación de la derrota.14

Es la Lumen Gentium la que nos confía a los laicos la tarea prioritaria de animar cristianamente la realidad temporal: “Buscar el Reino de Dios tratando con las cosas temporales y ordenándoles según Dios” (LG 31).15 Don Bosco no parece nada alejado de esta visión del laico cuando nos insta a “trabajar por el Reino haciendo el bien en la sociedad civil”! (Reg. Coop. DB 1876). Es la perspectiva del bien social, del bien común. Es, por así decir, la traducción en una óptica social, y no sólo pastoral, de la espiritualidad del “da mihi animas”. Es la tarea, para nosotros laicos de cuño salesiano, mediante el compromiso social y civil, institucional y de voluntariado, de buscar al hombre, el bien humano: de cada hombre y de todos los hombres, en la gran variedad de sus necesidades: materiales, afectivas, culturales y espirituales. Porque como el hombre, como nos enseña Juan Pablo II, es “camino de la Iglesia”; el hombre, cada hombre y todo hombre, es “un bien común: bien común de la familia y de la humanidad, de los grupos individuales y de las múltiples estructuras sociales” (Juan Pablo II, Carta a las familias, 11).

En el laico los valores cristianos, laicales y salesianos se funden armoniosamente y son vivido en medio del mundo para “difundir la energía de la caridad” (MB XVIII 161).16 De esta afirmación se extrae claramente que el compromiso de los laicos cristianos en los ambientes seculares es una eficaz al tiempo que preciosa forma de evangelización.17

Los campos de acción del laico orientado salesianamente

¿Cuáles son, entonces, los campos de acción, al menos los más “sensibles”, del laico orientado salesianamente? Doy por descontado que la dimensión educativa es el denominador común de su presencia en todos los ámbitos sociales con la capacidad donbosquiana de la capacidad de “amar y hacerse amar”.

No me centro por tanto en el sector educativo, centralísimo y privilegiado, típico de los oratorios, de las escuelas, pero sí en un ámbito que merece nuestra reflexión como laicos: la familia.

Dos esposos son llamadas a testimoniar la belleza del amor fiel, que da frutos, dado y recibido como expresión de una donación total.18 Y es bonito ver en el amor de dos esposos la expresión del ágape de Dios Padre. ¿Y por qué esto? Porque Dios es comunión de Personas. A menudo en el Antiguo Testamento se presenta la alianza entre Dios y su pueblo como un pacto de amor nupcial que, al tiempo que expresaba, diría plásticamente, el enamoramiento de Dios por la humanidad, decía alguna cosa importante sobre la relación matrimonial; y eso es que esta no consiste en un simple contrata sino en una alianza por la cual se pone en juego la vida, a la cual se permanece fiel cueste lo que cueste, porque así es el amor de Dios Padre por los hombre.

El mismo Jesús se vale de la experiencia del amor conyugal para expresar cuanto ama la Iglesia. En el matrimonio él es el garante del amor y los esposos son testimonios de esta alianza porque su amor está inserto a título pleno en su obra redentora.

Los laicos casados en el Señor sienten fuerte su compromiso de acogida de esta presencia del Señor Jesús, primer invitado a su boda, responsable de su felicidad. Y la primera presencia del Señor es reconocida en el propio cónyuge para el que si siente la responsabilidad de crecer en la fe. Así el amor recíproco se convierte en signo y portador del amor de Cristo, que de este modo nos abre una vía directa hacia la santidad. (cfr J. Aubry, Testimoni dell’alleanza, pp. 81-91).

Este amor que construye la iglesia doméstica se abre a dar fruto, al don de la vida, a la acogida de los hijos. Y en relación con los hijos Don Bosco tiene algo muy importante que decirnos en relación a su educación. ¿Hemos pensado alguna vez a los resultados positivos que puede tener el sistema educativo salesiano en una familia luchando con dos hijos sobre todo en edad evolutiva? La respuesta viene dada por descontado: ¡el Sistema Preventivo hace una aportación fenomenal y funciona de verdad!

Don Bosco mismo quería que lo vivido en sus casas fuese siempre permeado del “espíritu de familia”. Recordemos la espléndida, y en algunas líneas inquietante, “Carta de Roma” del 1884 que insiste en la paternidad del educador, la confianza y familiaridad con el educando, al clima de alegría, de fiesta, de oración de compromiso y responsabilidad: todos elementos que convienen no sólo al oratorio sino también a la familia entendida como comunidad educativa.

Este espíritu de familia, por el contrario, hoy está a menudo en riesgo, también en la familia. Y nosotros laicos salesianos estamos llamados a encarnarlos en las relaciones familiares con la espiritualidad del “no basta amar”.

Me viene a la mente la experiencia y la inmensa documentación que el movimiento de los Hogares Don Bosco pone a disposición como un don en España, y no sólo en España, sobre la vida de la pareja, la educación de los hijos y el compromiso eclesial y social de la familia.

Pienso que también la página web “www.ilgrandeeducatore.com” (¡quién es el gran educador sino Don Bosco!), en la que un grupito de laicos, con otros amigos de la Familia Salesiana, propone a los padres, también a través de una revista, como ser “educadores de vida”, poniendo a su disposición los estímulos educativos de Don Bosco y la vasta bibliografía salesiana hasta las más recientes publicaciones. Es una mina enorme que desvela cuan rica es la pedagogía salesiana para los laicos que quiere educar en familia, y no sólo con el estilo de Don Bosco.

Tengamos presente también las grandes insidias que atacan hoy a la familia. Por esto el compromiso del laico formado en clave salesiana se orienta a hacer verdad en la visión del amor y de la sexualidad humana, (pensemos en la pureza que Don Bosco pedía a sus educadores y sus chavales), hacer verdad el matrimonio entre un hombre y una mujer según una visión que conjuga el amor con donación, fidelidad, estabilidad, apertura a la vida. Sin olvidar tampoco el compromiso en defender los derechos de los menores a partir del reconocimiento de una dignidad humana del embrión y el derecho a nacer porque es ya una persona desde la concepción: es UNO De NOSOTROS! “One of us!” como proclama la campaña europea, hecha no sólo por creyentes, por el derecho de cada embrión a nacer. Pero pensemos también en el desarrollo científico de la biotecnología genética y cuanta necesidad tiene de una verdad bioética para evitar el riesgo que todo se vuelva contra el hombre.19

Y desde la familia nuestro compromiso como “honrados ciudadanos porque buenos cristianos” se extiende hasta la sociedad. Es este precisamente el campo propio de los laicos.

La famosa “carta a Diogneto”, sobre los valores del evangelio de Juan 17 (15-17), nos recuerda que los cristianos están en el mundo pero no son del mundo. Ellos desarrollan la misma función del alma en el cuerpo: son luz, sal, levadura… fermento. Esta doble atención ayuda al laico a evitar dos planteamientos igual distorsionados: un espiritualismo desencarnado y un secularismo aplastado por en la dimensión terrenal.20

¿Y cómo se orientará el laico que se mira a Don Bosco en su actuación social y política en esta época de profundas tensiones, de globalización y de crisis económico-financiera?

Hay un criterio para orientarse en la actual crisis mundial que se puede reconducir a una profunda crisis antropológica sobre todo en las culturas mal llamadas avanzadas. San Agustín, en un momento histórico dramático como fue la época del ocaso del imperio romano, invitaba a incluir en cada ámbito del compromiso civil la veritas, a los profundes, más allá de la vanitas, de lo efímero, de la apariencia, de lo superficial. Es el primado de la conciencia en la acción social.21

Seguir hoy el criterio de la verdad en el ámbito de la política y de las instituciones significa para nosotros laicos estar animados por una fuerte tensión ética respetuosa de la participación de todos en los procesos de decisión y dirigida a su servicio. Hay que distinguir, como observaba agudamente Simone Weil, “a aquellos que viven de la política de aquellos que viven por la política”. He ahí la importancia de abrir cursos y escuelas de formación en el compromiso socio-político según la Doctrina Social de la Iglesia, sobre todo para los jóvenes que se quieren comprometen de manera seria en el servicio administrativo, político, partidista.

Hacer la verdad en el ámbito de la economía significa orientarse hacia una economía social, integrada, de comunión…atenta no sólo a la maximización de la utilidad, sino también a la participación de todos en los bienes, a la implicación de los más débiles, a la promoción de los jóvenes, de las mujeres, de los ancianos, de las minorías.22 Una economía que mire a la reinversión con fines sociales, al respeto de la naturaleza, a la responsabilidad hacia las generaciones futuras.

Nosotros laicos, mirando a Don Bosco preparador de jóvenes para el trabajo, la profesión, la definición de contratos dignos para sus jóvenes, consideramos el trabajo, desde nuestra profesión, como parte integrante de la dignidad de la persona, como realización de uno mismo, como servicio a la comunidad, como relación entre personas, como unión al sacrificio de Cristo: como un bien primario a salvaguardar a cualquier coste.

En el plano de la cultura y de los recursos espirituales, en triunfo de la veritas nos conduce a considerar central la educación de los jóvenes, la escuela…pero también la promoción del patrimonio cultural, artístico y religioso.

Nuestra vigilancia y compromiso por la verdad se centra en particular sobre los medios de comunicación social, desde aquellos más tradicionales a aquellos de última generación, para desenmascarar los modelos negativos que dan forma a la mentalidad de los jóvenes y de la gente. El riesgo de manipulación es muy elevado: ¡no sólo hay que tener los mecanismos de escucha altos! Hay que difundir los valores de manera inteligente.23

La misma custodia de la creación como don exigente de traspasar a las futuras generaciones debe unirse a una atención constante en la promoción de esa “ecología humana” que es búsqueda del logro del bienestar físico y espiritual de toda la humanidad, con especial atención a los países emergentes y en vías de desarrollo.24

Asumir como criterio una ética de la verdad quiere decir en definitiva dar una prioridad indiscutible hacia los más débiles, individuos o grupos, pueblos o países enteros, para una acción atenta a globalizar la solidaridad, el compartir, la gratuidad. Contra cualquier estructura de pecado y de muerte.25

Nos consuela el hecho de ser muchos en la Familia Salesiana los que trabajamos en red por esta ética de la verdad.

Conclusión

Si de verdad el laico quiere ser el signo del Reino de Dios entre las personas, encuentra su vocación en la donación de sí mismo, en el servicio para hacer crecer aquel bien común que conduce al Bien Absoluto, a Dios.26

Pienso que si hoy Don Bosco estuviese entre nosotros nos animaría a intentar nuevas vías de evangelización también a través de esa dedicación social y política considerada por Pablo VI la más alta formad e caridad.

Así mientras trabajamos por conseguir para todos los hombres los bienes “penúltimos” como la justicia, la paz, la libertad, el bienestar, la solidaridad… tenemos la conciencia de trabajar en la acogida de los bienes “últimos” prometidos por el Señor: los bienes del Reino.27

Me gusta concluir proponiéndome a mí y a vosotros un ejemplo concreto de lo que he trazado: la figura del salesiano cooperador Attilio Giordani de Milán, declarado hace poco Venerable.

Attilio ha usado cualquier táctica para implicar a los jóvenes y llevarlos a Dios. “Nuestra fe debe ser vida” repetía; por eso, prima di acercarse a su trabajo en Pirelli, no renunciaba a la misa de las 6.30. Buen humor y precisión en el trabajo, presencia y alegría en el patio, amor y optimismo en la familia: son algunos de los rasgos distintivos de un hombre que escribe a su futura mujer, Noemí: “El Señor nos ayude a no ser buenos a las buenas, sino a vivir en el mundo sin ser del mundo, a andar a contra corriente…”.

Cuando sus tres hijos fueron voluntarios en Brasil con la Operación Mato Grosso, partió también él con su mujer para compartir la misión de catequista y animador. El 18 de diciembre de 1972 en una reunión estaba hablando del dar la vida por los otros: “Me basta que escojáis en la vida, que no seáis pasivo ante las situaciones”, de imprevisto se ve venir a menos y tiene apenas el tiempo de decirle al hijo: “Pier Giorgio, ahora continúa tu”. Esta llamada la sentimos hoy dirigida a nosotros, laicos de la Familia Salesiana, que en Attilio admiramos a un laico secular salesiano completo: marido, padre, fenomenal “actuador” del método preventivo, misionero: huella simple y potente de un cristiano que se confía y confía todo al amor de Cristo.

Mi profunda convicción es que un cielo nuevo y una tierra nueva pertenecerán a quien, como Attilio, se ha empeñado en construirlos aquí y ahora “para la gloria de Dios y la salvación de las almas”.